jueves, 1 de enero de 2009

Superticiones Cubanas






Superticiones Cubanas




Diciembre, entre los cubanos, parece ser un mes particularmente propenso al despliegue de los misticismos particulares.





El 4, Santa Bárbara-Changó; el 17, San Lázaro-Babalú Ayé; los católicos tienen la Misa del Gallo y los protestantes el culto de Navidad; el que más y el que menos tira cubos de agua antes de la llegada del Año Nuevo, o prende velas y varitas de incienso para imantar la buena suerte durante los próximos 365 días. Otros, hacen votos no se sabe ante qué innombrada deidad para dejar de fumar, ponerse a dieta, conseguir una casa propia...; los arbolitos alternan con las felicitaciones, y unos pocos Santa Claus o Papás Noel se infiltran entre rones y puerco asados, no faltan tampoco quienes persigan el horóscopo del 2009 o La letra del año, en fin, que bajo el conjuro de la llegada irremisible de un nuevo período, hasta al más ateo se le destapa la vocación por ritos y misticismos que yacen, medio olvidados durante el resto del año, en lo más profundo de la información genética.





En la Isla, el origen de las supersticiones se pierde en la neblina de los tiempos: las hay claramente derivadas de antiguas creencias europeas, tanto cristianas como paganas, a las cuales se superpone el sistema de mitos traído a Cuba por los africanos y aquí criollizados, sincretizados, como necesidad de supervivencia. Cualquier cubano de hoy, a pesar de que su instrucción haya sido puramente marxista, ha escuchado, y por lo tanto comparte de algún modo mitos o creencias en las que alternan sin molestarse la Caridad del Cobre (virgen María aplatanada) con Oshún, el zodíaco de los caldeos prehelenísticos, la manía agorera de los antiguos romanos, el convencimiento de los gitanos en la existencia de la suerte y el destino, ciertos elementos de las religiones asiáticorientales --principalmente chinocantonesa--, y un sinfín de elementos seudorreligiosos, protorreligiosos y postreligiosos dimanados desde los más diversos confines del mundo.





Desde que nacemos, los cubanos heredamos un complejo sistema de creencias más o menos supersticiosas. Todavía no ha desaparecido entre nosotros la costumbre al parecer española -es decir occidental- de nombrar a un recién nacido con el mismo apelativo de un antecesor considerado por alguna razón ilustre, pero entre los yorubas, poco después de haber nacido un niño, un sacerdote de Ifa o de Orula (el dios de la adivinación) se presentaba para indagar qué alma ancestral había renacido en el infante. El sacerdote yoruba le informaba a los padres del nombre elegido y les advierte de que su hijo deberá adaptarse a la manera de vivir y obrar de ese antepasado cuyo nombre se eligió.Por otra parte, también somos depositarios como pueblo de ciertos ritos anclados en el pretérito de las tribus celtas centro y sureuropeas. Nuestro carnaval, originariamente en mayo, y el llamado Día de los Fieles Difuntos, en noviembre, coinciden en fecha, y hasta en algunos matices de contenido, con los ritos arcaicos de aquellas tribus europeas para celebrar el inicio del verano o del invierno, respectivamente. Si todavía algunos europeos, tal vez sin entender del todo el origen del mito, glorifican la rama de muérdago como de buen augurio en fiestas diversas, la exuberante naturaleza vegetal cubana trastocó tal hábito supersticioso en el culto a la ceiba y la siguaraya, a la rama de muralla, de vencedor y de paraíso, "divinizadas" en distinto grado por los africanos cubanizados.Los campos de Cuba han sido un reservorio idóneo para toda suerte de creencias supersticiosas y mitológicas. Por ejemplo, en la región de Cienfuegos, sobrevivió durante siglos la explicación legendaria que daban los indígenas a la existencia de la planta venenosa llamada guao y de la tatagua o mariposa nocturna. En Matanzas, también se han registrado historias aborígenes relacionadas con el nombre del valle Yumurí (relativa a las masacres de los conquistadores en esa zona) y con la elevación conocida como El Pan de Matanzas, según el mito, una mujer transformada en montaña, mientras dormía, para castigar sus excesivos ardores.Según supersticiones de origen más o menos católico, recogidas por Samuel Feijoo al centro de la Isla, la palma real fue maldecida por la Virgen, quien la condenó a fungir como eterno pararrayo en las descampadas sabanas, y la ceiba fue bendecida, y por eso forma una suerte de cruz cuando crece. Pero a la ceiba se asocian también otra serie de fabulaciones a menudo contradictorias. Tal es el caso del güije, la figura mayor de las superstición cubana, un negrito desnudo (que habita las aguas o el tronco de las ceibas) de muy variadas características sicológicas, tanto beneficiosas como maléficas, y que ha penetrado como icono cultural en la literatura, la plástica, la danza, la música y el cine cubanos. El mito del güije o jigüe o chichiricú, una figura asumida por los africanos llegados a Cuba, pero cuyo origen parece ser indígena, ha devenido folclor y así ha sido descrito por Bachiller y Morales, cantado por Guillén, relatado por Fernando Ortiz. En general, ha sido visto como una suerte de enano juguetón, lascivo y burlón, pero también se lo encuentra relacionado con fabulosos asesinatos y violaciones. El güije no es más que el parigual cubano de los gnomos, duendes y elfos tan cantados en las mitologías europeas, sólo que el nuestro es negro o aindiado, le gusta el ron, es gritón y bullanguero, disfruta como nadie los placeres del sexo e incluso baila rumba. Segundo en importancia, por su extensión, dentro del sistema de supersticiones campesinas cubanas, está el mito de la madre de aguas, una especie de majá o serpiente mágica y enorme, habitante de ríos y lagos, que también aparece en leyendas amerindias y africanas y que, según ciertas tradiciones, era maligna y devoradora, y según otras, su presencia resultaba benévola.A todos estas creencias populares sincréticas se suman las netamente africanas, provenientes de teogonías y cosmogonías yorubas, que conllevan un complejo sistema de rituales y supersticiones, contaminadas por el catolicismo, pero todavía fieles a su origen continental. Según Martínez Furé, entre los principales dioses yorubas pueden citarse a Elegba (dueño de los caminos), Ogún (señor de la guerra, de los metales y del monte), Oshosi (dios de la caza), Shangó (del fuego y de los rayos), Babalú Ayé (de las enfermedades), Orula (de la adivinación), Osain (de las hierbas y la curandería), Obatalá (dueño de todas las cabezas, creador del hombre, orisha de la paz y la justicia), Yemayá (del mar), Oshún (de los ríos y la sensualidad)... a cada uno de ellos se asocia todo un sistema de prácticas y amuletos para inclinar a favor del creyente la voluntad de las deidades, ora torvos y caprichosos, ora justicieros y cooperadores.Todas las supersticiones someramente mencionadas, en vínculo estrecho con creencias llegadas de quién sabe dónde, como tocar madera, el llamado "mal de ojo" (todavía se ven criaturas con el azabache adjunto tratando de impedirlo), la prohibición de pasar por debajo de las escaleras, atravesarse en el camino de un gato negro, el mal augurio que se supone garantiza la sal derramada o el espejo roto...

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