La Viuda del Vedado
HerminioHuerta
11/12/2008
A mi Barrio
Recuerdo mi viejo barrio.
El Vedado, es curioso, se puede vivir en muchos lugares, pueblos o países. Pero su barrio es donde nació o paso su niñez, será porque es la época más dulce y feliz de nuestra vida.
Por nuestro andar conocemos muchos amigos, pero los del barrio, esos no se olvidan nunca, el pecoso, el gordo, conejito, angélica y el galleguito (ese era yo), aunque mi padre no le gustaba que me dijeran así, pues él era asturiano y dicen que los asturianos y los gallegos no se llevan nada bien.
Muestra de esa disputa fue el Centro Gallego, lo hicieron frente al parque Central de la Habana, y al otro extremo los asturianos hicieron su centro frente al de los gallegos y los gallegos como el asturiano tenia la misma altura, encima de las torres, pusieron dos angelitos, quedando un poquito más alto que el de los asturianos, en fin ganaron los gallegos.
Mi barrio era de casas lujosas, claro era la gente pudiente de la época, en el vedado Vivian los ricos y los políticos, las grandes residencias eran en el vedado y en Santo Suarez, a los muchachones les llamaban “los bitongos del vedado”. Después llego gente de clase media y los ricos construyeron Miramar un barrio más al norte pero con casas más modernas y edificios, nosotros seguimos en nuestro vedado en el cual quedaron las residencias más lujosas y grandes de la época colonial.
En la esquina de nuestro barrio, había una casa grande, habitada por una misteriosa mujer que siempre vestía de negro. En las noches su casa se mantenía apagada y solo una luz de velas se veía desplazarse por las ventanas, de habitación en habitación. Por el candelabro se sabía dónde estaba la viuda. La luz iba del lujoso comedor hasta la sala y reposaba en un piano desde donde salía una bella melodía que inundaba el barrio y con ella el terror de los vecinos, pues se comentaba que era una mujer muy misteriosa, que era bruja, otros la comparaban con doña Bárbara. Y Ramona una vecina que era muy religiosa le llego a insinuar al cura que esa mujer tenía pacto con el diablo. Claro que el cura sonrió y le dijo.
–Por qué no la dejan en paz. No le hace daño a nadie.
No se sabía quién era, solo que se llamaba María Teresa y según Federico nuestro cronista del barrio, hombre culto del cual ya les conté de su afición por los funerales. Era una viuda que perdió a su esposo en un accidente aéreo.
Todos los domingos. La viuda iba en las mañanas al cementerio, compraba flores y rezaba en una tumba, allá estaba, hasta el medio día y después volvía y se encerraba en la casa.
Federico logro averiguar que la viuda era de una familia de muy buena posición, era hija única y sus padres habían fallecido heredando la fortuna, solo quedo ella y su esposo el cual después murió en el accidente. Todo esto Federico lo supo por Clara una negra que era sirviente de la casa con quien hablaba cuando se encontraban en la bodega al hacer los mandados, Ella le contaba en un hermético misterio, porque Clara le decía, si se entera la patrona me echa.
Un día el pecoso que era el mayor de nuestra gallada intrigado nos dijo –Voy a ir al cementerio a ver la tumba que visita. Escondido aprovechando que la viuda se retiraba se acerco. Cuál sería su asombro al ver que la lapida no tenia nombre ni fecha. Era una lapida en blanco sin inscripción alguna.
Y así con la curiosidad de los muchachos que éramos las horas se nos hacían largas esperando e imaginando que nos diría el pecoso. Cuando llego al barrio todos lo abordamos con nuestras preguntas preparadas con anterioridad sin dejarlo casi hablar.
-Que fue pecoso?..
-Como se llama?..
-quién es el difunto?
A lo cual nos mira y con su inocencia de niño nos respondió.
-Nadie. Yo creo que es Vampira.
-Y no averiguaste?
-No. Quien le va a dar información a un mocoso.
Al llegar a la casa le hice el cuento a mi mama y a mi tía, se miraron una a la otra y mi tía dijo.
-Esto es un trabajo para súper -Federico.
Estuvimos toda una semana esperando que llegara el Domingo, día en que Federico visitaba la casa después de una semana llena de labores sociales en lo cual se destacaba, no solo por amor a su comunidad si no por su fisgoneo, con una taza de café criollo, que mi mama hacia magistralmente, comenzaba a ponernos al día en todas las noticias y defunciones que ocurrían en la Habana.
Llego el domingo, y como de costumbre, llego Federico al atardecer, venía del entierro del padre de pastelito el barbero del barrio. Que había muerto al cruzar la calle 23 arrollado por un carro que en la noche el viejo pensó que eran dos bicicletas y al intentar cruzar entre las dos luces…
-Que averiguaste? Dijo mi mama.
Federico saboreando su café, levanto una ceja y al estilo de Holmes dijo.
-Que no es viuda….
-La tumba esta vacía. No hay nadie enterrado ahí, Las fotos de su cuarto son falsas son de un primo que vive en España y no es el difunto como dice ella.
-Y entonces Federico, dijo mi mama, para que el luto y el cementerio y las flores.
-Ay doña Encarna, respondió Federico con una risa algo picaresca.
Por nuestro andar conocemos muchos amigos, pero los del barrio, esos no se olvidan nunca, el pecoso, el gordo, conejito, angélica y el galleguito (ese era yo), aunque mi padre no le gustaba que me dijeran así, pues él era asturiano y dicen que los asturianos y los gallegos no se llevan nada bien.
Muestra de esa disputa fue el Centro Gallego, lo hicieron frente al parque Central de la Habana, y al otro extremo los asturianos hicieron su centro frente al de los gallegos y los gallegos como el asturiano tenia la misma altura, encima de las torres, pusieron dos angelitos, quedando un poquito más alto que el de los asturianos, en fin ganaron los gallegos.
Mi barrio era de casas lujosas, claro era la gente pudiente de la época, en el vedado Vivian los ricos y los políticos, las grandes residencias eran en el vedado y en Santo Suarez, a los muchachones les llamaban “los bitongos del vedado”. Después llego gente de clase media y los ricos construyeron Miramar un barrio más al norte pero con casas más modernas y edificios, nosotros seguimos en nuestro vedado en el cual quedaron las residencias más lujosas y grandes de la época colonial.
En la esquina de nuestro barrio, había una casa grande, habitada por una misteriosa mujer que siempre vestía de negro. En las noches su casa se mantenía apagada y solo una luz de velas se veía desplazarse por las ventanas, de habitación en habitación. Por el candelabro se sabía dónde estaba la viuda. La luz iba del lujoso comedor hasta la sala y reposaba en un piano desde donde salía una bella melodía que inundaba el barrio y con ella el terror de los vecinos, pues se comentaba que era una mujer muy misteriosa, que era bruja, otros la comparaban con doña Bárbara. Y Ramona una vecina que era muy religiosa le llego a insinuar al cura que esa mujer tenía pacto con el diablo. Claro que el cura sonrió y le dijo.
–Por qué no la dejan en paz. No le hace daño a nadie.
No se sabía quién era, solo que se llamaba María Teresa y según Federico nuestro cronista del barrio, hombre culto del cual ya les conté de su afición por los funerales. Era una viuda que perdió a su esposo en un accidente aéreo.
Todos los domingos. La viuda iba en las mañanas al cementerio, compraba flores y rezaba en una tumba, allá estaba, hasta el medio día y después volvía y se encerraba en la casa.
Federico logro averiguar que la viuda era de una familia de muy buena posición, era hija única y sus padres habían fallecido heredando la fortuna, solo quedo ella y su esposo el cual después murió en el accidente. Todo esto Federico lo supo por Clara una negra que era sirviente de la casa con quien hablaba cuando se encontraban en la bodega al hacer los mandados, Ella le contaba en un hermético misterio, porque Clara le decía, si se entera la patrona me echa.
Un día el pecoso que era el mayor de nuestra gallada intrigado nos dijo –Voy a ir al cementerio a ver la tumba que visita. Escondido aprovechando que la viuda se retiraba se acerco. Cuál sería su asombro al ver que la lapida no tenia nombre ni fecha. Era una lapida en blanco sin inscripción alguna.
Y así con la curiosidad de los muchachos que éramos las horas se nos hacían largas esperando e imaginando que nos diría el pecoso. Cuando llego al barrio todos lo abordamos con nuestras preguntas preparadas con anterioridad sin dejarlo casi hablar.
-Que fue pecoso?..
-Como se llama?..
-quién es el difunto?
A lo cual nos mira y con su inocencia de niño nos respondió.
-Nadie. Yo creo que es Vampira.
-Y no averiguaste?
-No. Quien le va a dar información a un mocoso.
Al llegar a la casa le hice el cuento a mi mama y a mi tía, se miraron una a la otra y mi tía dijo.
-Esto es un trabajo para súper -Federico.
Estuvimos toda una semana esperando que llegara el Domingo, día en que Federico visitaba la casa después de una semana llena de labores sociales en lo cual se destacaba, no solo por amor a su comunidad si no por su fisgoneo, con una taza de café criollo, que mi mama hacia magistralmente, comenzaba a ponernos al día en todas las noticias y defunciones que ocurrían en la Habana.
Llego el domingo, y como de costumbre, llego Federico al atardecer, venía del entierro del padre de pastelito el barbero del barrio. Que había muerto al cruzar la calle 23 arrollado por un carro que en la noche el viejo pensó que eran dos bicicletas y al intentar cruzar entre las dos luces…
-Que averiguaste? Dijo mi mama.
Federico saboreando su café, levanto una ceja y al estilo de Holmes dijo.
-Que no es viuda….
-La tumba esta vacía. No hay nadie enterrado ahí, Las fotos de su cuarto son falsas son de un primo que vive en España y no es el difunto como dice ella.
-Y entonces Federico, dijo mi mama, para que el luto y el cementerio y las flores.
-Ay doña Encarna, respondió Federico con una risa algo picaresca.
Es que para los ricos ser solterona es una deshonra.
3 comentarios:
Muy bonito cuento. Todos tuvimos una "Viuda" en el barrio
Felicitaciones
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