miércoles, 14 de enero de 2009

El Valle de los Ingenios


El Valle de los Ingenios



Entre trapiches y leyendas
Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1988, el valle de los Ingenios abasteció en su época a la ciudad cubana de Trinidad de opulencia económica y también de extraordinarias leyendas

Atrás queda la ciudad de Tri nidad estática en su impresionante conservación colonial. Casonas y palacetes que, en mucho, agradecen su pompa a las riquezas extraídas de la tierra y exprimidas en los 74 trapiches del valle de los Ingenios.
Unos kilómetros afuera de la urbe trinitaria surge, deslumbrante, este patrimonio de 110 caballerías de reliquias y leyendas. Allí están todavía las montañas y el río Agabama, discretos guardianes de tanta belleza. También algunas haciendas –heredadas hoy por campesinos de la zona–, y restos arquitectónicos. Más allá, la franja costera cuyas aguas conducían los buques y su dulce carga a múltiples destinos.
San Luis era el nombre de este sitio mucho antes de adquirir su gloria como hacedor de fortunas. La salud de aquellas tierras para el cultivo de la caña de azúcar, avivó la apetencia de muchos hacendados que, de la mañana a la noche, minaron esos parajes de pequeños y grandes trapiches, de regias casonas y dotaciones de esclavos para cortar y procesar la caña.
Tanta bonanza de la industria azucarera generó sólidos capitales y trascendentales cambios económicos, sociales y culturales para la cercana Trinidad. Corrían las primeras décadas del siglo XIX y con ellas, la etapa donde la ciudad emprende, además, un rápido crecimiento urbano y arquitectónico.
En medio de aquel aturdimiento de molinos de caña, haciendas y caudales, el valle de los Ingenios vio emerger otro patrimonio, pero de imaginación popular. Leyendas y supersticiones se escurrieron a través de trapiches, crecieron con el aroma del azúcar, traspasaron umbrales para endulzar o… amargar lo mismo a dueños que a empleados, a ricos que a pobres.
El demonio de la pared
Nadie recuerda cuándo ni por qué, solo que hace muchos años un acaudalado hombre, llamado don José Mariano Borrel, hizo pacto con el diablo, tras lo cual contrató a un artista italiano para pintar, sobre una pared de su vivienda, la figura satánica.
Dicen también que la perfección de la imagen la hacía parecer tan real que aterraba a quienes la miraban. Tanto que ni los propios familiares del hacendado querían entrar a la habitación. Por las noches se escuchaban extraños ruidos allí y, aun en la más intensa oscuridad, el dibujo podía verse.
La ciudad de Trinidad alcanza su desarrollo arquitectónico y urbano paralelamente a las bonanzas del valle. Su deterioro económico y social llegó con la decadencia de la industria azucarera del valle
Al morir Borrel, sus herederos decidieron cubrir con cal, varias veces, la pared donde estaba la figura, pero otras tantas reaparecía resistiendo miedos y sugestiones humanas.
Dicen que es cosa de leyendas, de esas que por cientos van de lengua en lengua y se deslizan entre guardarrayas, muros, calles, moradas y ruinas de la ciudad de Trinidad y su valle de los Ingenios.



Sobre una pequeña elevación se divisa la hacienda; esa imponente casona que, contra tiempo y maltratos, ha sobrevivido por varios siglos. Unos cuantos escalones dan acceso al portal corrido y abierto. Desde esa altura, la visión del valle es absoluta y, aún hoy, paradisíaca. Quizá, su dueño debió pensar en estos y otros detalles cuando mando levantar la mansión.
Una puerta de doble hoja, abre el paso a una estancia de tres dormitorios, un despacho, un salón que los historiadores no tienen muy claro su uso; y, por supuesto sala, comedor, cocina, baños... Además del oratorio en el cual se oficiaban misas. Es allí, precisamente, donde dice la leyenda existió la imagen diablesca.
En otras paredes de algunos aposentos, sobresalen valiosas pinturas murales de un famoso pintor italiano de la época. Y como toda vivienda de ingenio azucarero, a Guáimaro la rodeaban almacenes, enfermerías, barracones de esclavos, casa de calderas y extensas plantaciones. Hacia el fondo, en una especie de bajada, el cementerio de los negros esclavizados.
El valle de los Ingenios, junto a la ciudad de Trinidad, fueron declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad por los altos valores paisajísticos, arqueológicos e históricos de estos parajes
Sin embargo, ese mismo valle estremecido por el rugir de ingenios azucareros no tardaría en anunciar las primeras bocanadas de abatimiento. Hacia 1857, la infertilidad de las tierras y la crisis económica dieron los aldabonazos finales a su actividad comercial y con ellos el atasco inevitable de quien fuera, hasta entonces, el más bravío productor de azúcar del siglo XIX trinitario.

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