miércoles, 10 de diciembre de 2008

Calixto Garcia Iñiguez





Calixto García Iñiguez
por Néstor Carbonel




“Nació el 4 de agosto de 1839.”
“Murió el 11 de diciembre de 1898.”
“Cuba tiene muchos hijos a quienes glorificar, bendecir y pasear constantemente por los valles del recuerdo! Uno de los que más se lo merecen, uno de los que más se puede presentar como ejemplo digno de emulación, es Calixto García Iñiguez, el glorioso y tenaz batallador, el bravo general que echó canas peleando por el honor de su país y murió, al fin, en plena paz, como si de la salud sólo hubiera querido disfrutar mientras durara la vergüenza patria. Y sin embargo, vivo Calixto García, cuántos días tremendos, de cólera y de tristeza, acaso le hubiera evitado a Cuba. Porque, vivo él -muerto Martí-, hubiera sido el primer Presidente de Cuba. Y con él de presidente, de pensar es que ni el sol de la República se hubiera extinguido un momento, ni su bandera se hubiera visto plegada bajo la salpicadura de la propia sangre de sus defensores...
“En Holguín vino a la vida, y en Holguín adquirió los primeros conocimientos. Niño aun, fue en Bayamo empleado de una tienda de ropa, y luego en Trinidad. Hombre ya, y con intereses grandes que administrar, lo halló en Jiguaní el terremoto revolucionario iniciado por Carlos Manuel de Céspedes. Unido a Donato Mármol y a otros próceres, se echó al campo a luchar, frenético de patriótico entusiasmo. Nacido para mandar, para encabezar, a poco era general y mandaba fuerzas superiores. Cuando la deposición de Máximo Gómez de Jefe del Departamento Oriental, lo sustituyó él, siendo entonces que realizó sus más notables hechos de armas, fue entonces que atacó a Manzanillo, Guisa, Holguín, y que libró reñidos combates en Cupeyal, Zarzal y Santa María, y tomó a Auras, gloriosa jornada, una de las más gloriosas de la epopeya.
“A los seis años de rudo y constante batallar, el 5 de octubre de 1874, hallándose con sólo veinte hombres en San Antonio del Bagá, fue sorprendido por una columna enemiga. En tales circunstancias, sereno, valiente, se apresta a la defensa, hasta que, ya aniquilada su gente, temeroso de caer prisionero, se dispara un tiro de revólver por debajo de la barba, tiro que por fortuna no logró apagar aquella vida meritísima que tan útil fue más tarde, en las nuevas contiendas por nuestras libertades. Los españoles lo curaron y lo mandaron preso a los castillos de Valencia, en España, donde permaneció hasta que se firmó en Zanjón el pacto desventurado.
“De España, cuando lo dejaron en libertad, sale para New York, donde organiza y se pone al frente de un nuevo movimiento revolucionario, sin detenerse a pensar en las dificultades y peligros del momento. Allí organizó Calixto García, una expedición de amigos y compañeros leales, y con ella se echó al mar, y a poco pisó tierra cubana enarbolando la bandera de la santa rebeldía. Pero el país no respondió: estaba cansado, triste, sin fe. Acongojado, perseguido, ve desaparecer uno a uno sus camaradas, hasta que, solo y sin recursos de guerra, plega su estandarte y vuelve a España, a sufrir prisiones primero, y luego a luchar con la miseria y a sentir la nostalgia infinita de su tierra. Como empleado del Banco de Castilla y profesor de idiomas, sostuvo a su familia, y encontró medios de educar a sus hijos.
“La revolución del 95, obra del dulce y bueno de Martí, lo sorprendió recluido en los fríos de Madrid. Apenas supo que de nuevo se peleaba en Cuba por la redención, vuela a París, y de allí a los Estados Unidos, donde se pone a disposición de la Delegación del Partido Revolucionario. Aceptados sus servicios, se embarca al mando de un grupo de abnegados patriotas. Pero, descubierto por las autoridades americanas, es preso y conducido a New York. Puesto a poco en libertad, vuelve a embarcarse, y entonces naufraga, horas después de haber abandonado las playas americanas. Aquel suceso pudiera servir de ejemplo; pudiera, mejor que ningún otro, pregonar el cariño que el general Calixto García supo inspirar a los que le rodeaban, pues no hubo durante el desastre ni cobardías ni atropellos, sino que, imponiéndose él, todo fue orden, abnegación, cortesía. "Por Cuba se muere lo mismo ahogado que de un tiro." Tales fueron sus palabras en el instante de mayor peligro.
“Al fin, el 24 de marzo de 1896, pisa, al mando de un buen contingente de hombres, el suelo de la patria. Apenas el general Gómez sabe de su desembarco, le confía la Jefatura del Departamento de Oriente. Investido con tan alto mando, organiza las fuerzas cubanas todas que operan en el territorio de su mando, bate a los españoles sin descanso, hasta no dejarlos abandonar las poblaciones. Toma a Guáimaro, incendia a Jiguaní, destruye Guamo, asalta y rinde a Victoria de las Tunas y luego a Guisa, poniendo de esta manera término brillante a su carrera militar: de militar cubano; de libertador!
“Durante la guerra de los Estados Unidos con España, supo también cumplir con su deber. Cuando la toma de Santiago de Cuba, auxilió al Ejército norteamericano tan eficientemente, que mereció de los jefes de aquél los beneplácitos.
“Terminada la guerra, el quinto cuerpo del Ejército Libertador lo eligió representante a la Asamblea de la Revolución cubana; luego fue designado Presidente de la comisión especial que había de ir a Washington a recabar los auxilios indispensables para el licenciamiento de las fuerzas cubanas; y a Washington fue, presintiendo la muerte. Allí recibió la puñalada traidora, la puñalada del frío, que pudo lo que no pudieron las balas españolas; que pudo acabar con aquella existencia, paralizar para siempre aquella mano enérgica y firme que guió tantas veces a sus soldados a la pelea y señaló, severa, a los hijos de su corazón el camino áspero del deber... Murió entonces, y, sin embargo, es ahora cuando más podemos llorar su caída, ahora que han pasado sobre Cuba tantas tempestades de dolor y de miseria, que él, con la autoridad de su grandeza, tal vez hubiera podido evitar...”

1 comentarios:

Anónimo dijo...

No fue tan famoso como tan grande

 
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