LA BANDERA De Cespedes
Segunda Bandera Oficial de Cuba
Similar a la de Chile, casi cuadrada, la bandera diseñada por Céspedes para el levantamiento, tuvo su estreno guerrero en Yara, el 11 de octubre. Ya para entonces se le había designado una escolta.
Cuatro días después se desplegó en el combate de Barranca, y el 16 de octubre, en el templo católico de la localidad, fue bendecida por Emiliano Izaguirre, más tarde capellán del Ejército Libertador.
Con el estandarte de Céspedes se alzó también en octubre, en Las Mangas, su amigo Perucho Figueredo, quien apoyó con emoción, como abanderada, a su hija Candelaria. Esa es la enseña que entró triunfal a Bayamo con el Ejército Libertador el 20 de octubre de 1868. No pocos le llamaban entonces la «Bandera cubana».
En noviembre, una bayamesa nombrada Felicia Marcel terminó de coser una bandera de estas, mucho mayor y viva en sus tres colores: blanco, rojo y azul. El 8 de ese mes fue bendecida en la Iglesia Parroquial de Bayamo por el cura Diego José Baptista, quien recibió a Céspedes bajo palio (con todos los honores).
Pero meses más tarde, en abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, se decidió adoptar como enseña nacional la traída por Narciso López, tomada por parte de los alzados en Camagüey y Las Villas. Céspedes, presidente indiscutible de la República en Armas, hasta derramó lágrimas al conocer esta decisión.
LA BELLA COSTURERA
Era hermosa sin dudas aquella mujer que en los instantes previos al alzamiento arrancó una parte de su vestido azul celeste con tal de donarlo al estandarte que ondearía Céspedes en La Demajagua.
Tenía solo 17 años y amaba al Iniciador con su vida. Nacida el 2 de febrero de 1851 en Veguitas, había sido transportada tiempo antes del alzamiento a una canción compuesta por el líder revolucionario, titulada Cambula, en la cual se hablaba elogiosamente de la «preciosa trigueña».
Candelaria Acosta, hija del mayoral del ingenio La Demajagua, Juan Acosta, se unió en la intimidad a Céspedes probablemente después de que este enviudara, en enero de 1868. Siempre supo los entretelones de la conspiración, no solo por su relación con el abogado bayamés, sino porque en el ingenio se cocinaba casi abiertamente la insurrección contra España.
Sufrió en demasía luego del estallido independista. El 17 de octubre de 1868, cañoneada e incendiada la propiedad azucarera del Padre de la Patria, tuvo que irse a Manzanillo.
Mas el hecho de haber cosido la bandera le atrajo persecuciones; así debió salir hacia campamentos insurrectos en la Sierra Maestra y en la zona de Las Tunas. Céspedes la visitó reiteradamente, y en septiembre de 1871 comienza a hacer gestiones para embarcarla a Jamaica junto a Carmita, la hija de ambos.
Sobre esta salida expone el Héroe de San Lorenzo en epístola de suspiros: «Yo en conciencia no podía oponerme, ella cedió lastimosamente y yo le cedí el caballo africano para el viaje. Creo que en todo cumplí con mi deber».
Marchó embarazada (tendría en el exilio otro hijo de Céspedes) y con la hija en brazos, y retornó en 1881. Se estableció en Santiago de Cuba, donde se casó con Antonio Acosta, con quien tuvo otros dos retoños. Vivió en la ciudad oriental cuatro décadas.
Una de sus mayores emociones sobrevino el 20 de enero de 1935, cuando en su lecho de enferma se le otorgó la Orden Carlos Manuel de Céspedes. Operada dos veces de la visión, murió el 23 de mayo de ese año en la capital del país, a los 84 años. Jamás olvidó la fecha cumbre del levantamiento.
Era hermosa sin dudas aquella mujer que en los instantes previos al alzamiento arrancó una parte de su vestido azul celeste con tal de donarlo al estandarte que ondearía Céspedes en La Demajagua.
Tenía solo 17 años y amaba al Iniciador con su vida. Nacida el 2 de febrero de 1851 en Veguitas, había sido transportada tiempo antes del alzamiento a una canción compuesta por el líder revolucionario, titulada Cambula, en la cual se hablaba elogiosamente de la «preciosa trigueña».
Candelaria Acosta, hija del mayoral del ingenio La Demajagua, Juan Acosta, se unió en la intimidad a Céspedes probablemente después de que este enviudara, en enero de 1868. Siempre supo los entretelones de la conspiración, no solo por su relación con el abogado bayamés, sino porque en el ingenio se cocinaba casi abiertamente la insurrección contra España.
Sufrió en demasía luego del estallido independista. El 17 de octubre de 1868, cañoneada e incendiada la propiedad azucarera del Padre de la Patria, tuvo que irse a Manzanillo.
Mas el hecho de haber cosido la bandera le atrajo persecuciones; así debió salir hacia campamentos insurrectos en la Sierra Maestra y en la zona de Las Tunas. Céspedes la visitó reiteradamente, y en septiembre de 1871 comienza a hacer gestiones para embarcarla a Jamaica junto a Carmita, la hija de ambos.
Sobre esta salida expone el Héroe de San Lorenzo en epístola de suspiros: «Yo en conciencia no podía oponerme, ella cedió lastimosamente y yo le cedí el caballo africano para el viaje. Creo que en todo cumplí con mi deber».
Marchó embarazada (tendría en el exilio otro hijo de Céspedes) y con la hija en brazos, y retornó en 1881. Se estableció en Santiago de Cuba, donde se casó con Antonio Acosta, con quien tuvo otros dos retoños. Vivió en la ciudad oriental cuatro décadas.
Una de sus mayores emociones sobrevino el 20 de enero de 1935, cuando en su lecho de enferma se le otorgó la Orden Carlos Manuel de Céspedes. Operada dos veces de la visión, murió el 23 de mayo de ese año en la capital del país, a los 84 años. Jamás olvidó la fecha cumbre del levantamiento.
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